Gustavo y su joroba
Por LUIS RAMON DE LOS SANTOS (Monchín)
La preminencia geopolítica de San Juan de la Maguana quedó plenamente evidenciada tras la muerte del “Generalísimo” Trujillo. San Juan era reputada como una provincia rica, poblada con gente trabajadora y progresista, la provincia contaba entre sus valores más preciados a una juventud que había asimilado más que ninguna el dulce sabor de la libertad conculcada durante más de tres décadas, precisamente hacia esa juventud iban a ser enfocados los cañones del imperialismo yanqui a través de una indetenible, feroz y avasallante maquinaria de propaganda política.
La «inteligencia» norteamericana había captado la nunca disimulada simpatía que había despertado en el segmento joven de la provincia el triunfo de la guerrilla revolucionaria comandada por el Dr. Fidel Castro Ruz, la entrada triunfal de los «barbudos» el 1 de enero del año 1959 a La Habana había desencadenado una especie de euforia colectiva en todos los jóvenes, a tal punto que todos en algún momento soñamos con parecernos a Fidel y de haber sido parte del ejército revolucionario que combatió en la Sierra Maestra hasta vencer a las fuerzas del sargento auto ascendido a general, Fulgencio Batista y Zaldívar.
Todos fuimos Fidel, Camilo o Ernesto y eso lo sabían Trujillo, la CIA, FBI y todo el que lo quería saber.
A Trujillo lo ajusticiaron el 30 de mayo del año 1961, lo que vino después fue una feroz avalancha represiva de corte nacional, así como la asunción al poder de un taciturno, frio y calculador hombre que a paso lento, pero seguro, había escalado las más altas posiciones en el estado dominicano, hasta quedar colocado por designio del “Generalísimo de cinco estrellas” y mil condecoraciones, Rafael Leonidas Trujillo y Molina como Vicepresidente de la República, me refiero a Joaquín Amparo Balaguer y Ricardo.
Mal calificado como «muñequito de papel», Balaguer demostró en la práctica que no le temblaba el pulso para tomar decisiones dramáticas y esto incluía borrar de la faz de la tierra a connotados opositores políticos; era un hombre de tal frialdad que alguien dijo una vez que era capaz de engullirse un tiburón podrido sin apenas eructar, era hipócrita, desleal en sus afectos personales, sinuoso, afectivo cuando le convenía, un maestro del cinismo y la maldad.
El país convulsionado por los acontecimientos ocurridos inmediatamente después de la decapitación de la tiranía se convirtió en una especie de campo de experimento político; los Estados Unidos, conscientes de esa realidad, implementaron una serie de políticas inéditas en el Caribe, una de ellas fue la creación de la «Alianza para el progreso», los llamados «Cuerpos de paz», que no eran más que equipos de espías entrenados, armados y mantenidos por la CIA.
San Juan de la Maguana con su juventud combativa y contestataria estaba en el punto de mira, como consecuencia había que articular un plan que desalentara los aprestos y simpatías revolucionarias de la misma. ¿Cuál fue el plan aceptado por las altas instancias norteamericanas? El envío de supuestos agentes de cambio, servidores públicos y maestros, no sólo a nuestro país, sino a cualquier otro que demostrara simpatía por la Revolución Cubana.
Dentro de los especímenes que enviaron a San Juan, desde el estercolero político gringo, estaba un personajillo repulsivo de nombre Gustavo Marín. Gustavo era cubano, bajito y con una repugnante y pronunciada joroba, llegó a nuestro pueblo un mal día con un montón de peliculitas, libros, revistas y folletos a mediados del año 1962, buscando infiltrarse en la juventud catorcista.
Lo recuerdo hablando con los muchachos mayores en cualquier esquina sanjuanera, haciéndose el gracioso o el pendejo, hablando pestes de la revolución cubana, «guillándose» de prócer y regalando libros que hablaban de la libertad, como si presintiera que sus interlocutores eran una recua de imbéciles o retrasados mentales incapaces de descubrir la verdadera esencia de esas charlas informales y esquineras.
Como no soy psiquiatra, no podría establecer la relación entre su desagradable presencia física, su insustancial y monotemática verborrea, pero por experiencia propia sí puedo asegurarles qué de sólo verle la joroba, medio pleito ya lo tenía perdido.
Ese carajo a la vela era parte de la avalancha de pseudo líderes cubanos que partieron al dorado exilio miamense tras el triunfo de la Revolución Cubana; allí se le instruyó para que visitara varios países de América Latina, a fin de auscultar el pensamiento de la juventud y de advertir el «peligro de Castro y su gente”.
Los métodos de los servicios de inteligencia norteamericanos por lo menos en la época que les narro no tenían nada de sofisticados y sí mucho de vulgares, a mi entender no hubo tiempo de refinarlos dadas las circunstancias políticas de la época, estos consistían básicamente en ubicar las células dirigenciales de los partidos, agrupaciones y asociaciones emergentes especialmente de izquierda tratar de corromperlos y / o comprarlos y de no lograrlo entrar directamente al núcleo de los meros simpatizantes, amas de casa, padres de familia, en fin, de la gente común. El plan estaba en marcha y ya les contaré que planearon para ponerlo en práctica.
¿Para el momento, cuántas salas de cine había en San Juan De la Maguana? Solo una, el «Teatro Antonieta»; eso despertó en los mentores del jorobado la «brillante» idea de proyectar películas gratis en los barrios populares de la ciudad. Justo a las 7:00 de la noche, docenas de muchachitos, jóvenes y adultos sacaban sillas de sus casas se sentaban cómodamente y presenciaban fascinados la preparación técnica de los aparatos proyectores, colocación de rollos, cableado y pantalla a fin de ver la proyección fílmica del día.
«Coincidencialmente», esas películas eran una clara propaganda gringa, que proyectaba un estilo de vida absolutamente distinto al que vivíamos en la época; se invitaba veladamente a establecer símiles entre el boato norteamericano y lo que se podría vivir si cualquier país saliera de esa órbita, pero el plan de los amos del jorobado repulsivo no se quedaba ahí.
Las fases del mismo eran proyección de películas claramente propagandísticas y el regalo de libros. Recuerdo que uno de ellos era “Las cadenas vienen de lejos», del chileno Alberto Baeza Flores; era la joya de la corona, con más de 300 páginas, muchas ilustraciones y una literatura fácil de asimilar; me costó mucho leerlo, pero lo hice convencido de que a veces la literatura puede ser contestataria o simplemente, como en esta ocasión, un vehículo maldito de propaganda abyecta y mentirosa.
La presencia de Gustavo Marín en San Juan duró lo que tenía que durar; dejó una estela de desagrados y repulsión increíbles; se largó tal y como llegó, en silencio, dejando un vaho esparcido por todos los sitios donde estuvo.