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Camilo Guevara y su novel magisterio

Por Por coronel (r) Nelson Domínguez Morera (Noel)

LA HABANA (PL).- Camilo Guevara March, Camilito para los allegados, nos abandonó inesperada y repentinamente; todavía joven a los 60 años, lleno de ideas y con mucho por hacer todavía en la promoción de la obra e ideario de su padre, el legendario guerrillero cubano-argentino Ernesto Che Guevara.

Ocupó cargos de responsabilidad en la Seguridad del Estado

Fue el segundo de los cuatro hijos del histórico Comandante Guerrillero con la cubana Aleida March (85 años). Los otros son Aleida (61), Celia (59) y Ernesto (57). El Che Guevara tuvo también otra hija ya fallecida, Hilda, de un matrimonio anterior con la peruana Hilda Gadea.

Graduado de Derecho Laboral, Camilo era director del Centro de Estudios Che Guevara, en La Habana, institución dedicada a perpetuar la obra y el pensamiento de su padre, un cargo que ocupó cuando su mamá se jubilara.

En 1981, al regreso de una Misión Internacionalista, me asignaron al frente de uno de los órganos más importantes del Ministerio del Interior (Minint), por ello parecía normal que me convocaran desde el alto mando para ofrecerme orientaciones específicas.

Y entre ellas también me encomendaron la dirección de Camilo Guevara, quien en ese momento estaba recién egresado de la Escuela Militar Camilo Cienfuegos.

Le doblaba la edad, por lo cual podría hasta con algo de imaginación y precocidad ser su abuelo, por ello y lo que significaba para todos nosotros, viejos expertos y consagrados jefes y oficiales operativos, algunos comenzamos a llamarle cariñosamente Camilito, sin que ello fuera motivo de complacencias ni padrinaje, siempre le exigimos como uno más.

Sabíamos no sería fácil, conocedor no solo de la leyenda que lo imbricaba vía paternal, sino dada la rectitud con que su abnegada y principista madre criara a los cuatro hijos: Aleidita, Camilo, Ernesto y Celia. Por ello ya tenía una anterior vivencia.

Fue años antes, en su casa de la calle Séptima en Miramar, cuando Aleida March nos convocó para algún tema no recordado y cortésmente pidió a su hija Aleidita nos ofreciera agua y café, lo cual intenté evadir pues la joven de seguro no compartía muy a gusto esas tareas domésticas.

Resultado: el café lo ofreció frío, posiblemente sacado del refrigerador, y lo degusté con aparente sumo placer agradeciéndolo con socarronería de irónico humor negro.

Personalidad y carácter

Camilito no llegaba a los 20 años y como tal, a pesar de la mucha rectitud con que fuera criado y las exigencias de las escuelas militares cursadas que atemperaban su carácter y personalidad, manifestaba las mismas inquietudes, gustos y costumbres de sus coetáneos recién salidos de la adolescencia y por ello así tempranamente empezaron nuestras divergencias.

En alguna que otra ocasión llegó tarde a reuniones o despachos, con indicios corporales soñolientos, señal de malas noches, la mayoría motivadas por los rigores de la extensión laboral hasta madrugada propios del enfrentamiento al enemigo que compartía con seriedad, entusiasmo y hasta filantropía.

Los reproches no se hicieron esperar a fin de no ser tratado con ninguna displicencia poniéndosele de ejemplo cómo otros oficiales y jefes participantes de esos mismos operativos y aún con muchos más años de edad, cumplían con las exigencias disciplinarias del trabajo, lo cual asimilaba.

Esto, hasta que en una ocasión realmente excepcional, su aliento etílico acumulado de festejos nocturnos lo descubrió y ahí sí que la recriminación fue fuerte.

Un buen día, en mala hora se nos ocurrió hacerle una comparación de ese proceder que aunque no era costumbre reitero, consideramos era mejor abortarlo a tiempo, y lo incriminamos a tal punto de hacerle una desproporcionada comparación de cómo hubiera reaccionado su padre ante dicho proceder.

Su personalidad y carácter, que bien plantado lo tenía, se resintió y ahí mismito detonó: “Con sumo respeto, compañero Teniente Coronel, no me vuelva hacer esa comparación… Yo tenía cinco años cuando mi padre se inmoló en la Higuera. Usted posiblemente lo conoció más que yo, dadas las anécdotas que nos refiere en Camagüey, aunque no lo pueda haber admirado y venerado más que yo”.

Fue para mí esa, su primera acción de novel magisterio.

En el cumplimiento de misión

Una noche, meses después, cuando ya me habían cambiado de ámbito dejando de ser su jefe, abruptamente su magnánima madre, bien entrada la madrugada, se me apareció en mi apartamento, que todavía ni sé cómo lo logró, muy preocupada y quejosa porque Camilito marchaba para una misión internacionalista a Nicaragua y había ocultado que andaba con más de 40 grados de fiebre debido a una infección de garganta.

A pesar de aclararle que esa decisión no era parte de mi mando, sino del Viceministro Primero de entonces, la madre preocupada exigió hiciera algo.

A través del Oficial de Guardia del piso ocho del organismo central del Minint en la Plaza de la Revolución, llegó la respuesta: “Díganle a mi madre que yo estoy bien y cumpliré con esta Misión de Patria o Muerte”. Fue esa otra de sus acciones en su novel magisterio que me impactó.

Consecuente con las ideas del padre

La última vez que nos encontramos fue en 1997, en causas excepcionales durante pleno vuelo en el cual nos dirigíamos a Roma, Italia. Él viajaba para un evento de rememoración de su heroico padre, algo relacionado con la vocación motociclista del mismo, desde aquel famoso recorrido que efectuó con su amigo Alberto Granados por toda Suramérica.

Como parte del programa divulgaría el azaroso bregar de su padre, para hacer conocer los más mínimos detalles del actuar fundamentado en el legado del Centro de Estudios Che Guevara donde se desempeñaba.

Fue Camilito quien me descubrió y se plantó frente a mi asiento: “¿Usted no se acuerda de mí? Fue el primer jefe que tuve en el Minint”. Realmente estaba irreconocible no solo por su obesidad, pelo largo y chivo, sino por ese desenfado cariñoso que trasladaba, lejos del pausado y discreto actuar que yo había conocido.

Los estridentes abrazos no se hicieron esperar, interrumpidos por la azafata quien lo convocaba por invitación del capitán de la nave a que concurriera a la cabina de mando, dado que no le habían comunicado que viajaban junto al hijo del Che Guevara.

El joven, algo sorprendido por la invitación, respondió ríspido: “Dígale al capitán que lo agradezco, pero prefiero compartir con estos amigos que hacía mucho no veía porque además no acostumbro utilizar parentescos para favoritismo alguno. Gracias”.

Así lo recuerdo: amable, decente, soñador, promocionando e intentando ser consecuente con las ideas de su padre, pero tan austero y subversivo como aquel, tan inefable e irreductible ante gestos que considerara lambisconerías o privilegios.

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