Variedades

De boleros y tiempos idos en San Juan de la Maguana

Por LUIS RAMON DE LOS SANTOS (Monchín)

De entrada, me declaro absolutamente inadaptado, detesto los nuevos tiempos y la perniciosa e inveterada costumbre de idiotizarlo todo a través de la inteligencia ficticia, soy y seguiré siendo un amante del Abaco, del bolero y sus recuerdos, de una copa de vino al caer la tarde y un puro cuando me dé la gana. ¿Qué soy candidato a un asilo o al ostracismo social por inadaptado? ¿Es posible? Pero, ¿saben algo? Me importa un carajo.

Basado en esos hechos como diría un circunspecto abogado, me dispuse a hurgar en las entretelas de mi memoria sobre los boleros y cultores del mismo en San Juan de la Maguana, así como lo ven, también nosotros tuvimos artistas y lugares que cultivaron el bolero, a ellos mi reconocimiento y para los que no los recordaban o conocían aquí les va un botón de muestra.

El bolero hizo su nido preferido en los rincones bohemios del Tupinamba Bar (ese fue su nombre correcto) en la antológica terraza de Gautreaux (que antes fue un billar), en el restaurante El Higüero de Angelito Namnúm, el billar de El Indio, bar de Alfredo, El Laurel y obviamente en los burdeles de la parte alta de la ciudad.

Allí los compases malditos del bolero de sangre hundieron su daga de fuego en el corazón de los contertulios, amargados unos, borrachos los otros, esperanzados algunos y sentimentalmente desahuciados los demás.

Muchas servilletas de papel suplantaron su papel primigenio para ser testigos de la prosa de poetas improvisados o de músicos hilvanadores de letras y compases concordantes con su pena.

Sería injusto de mi parte no hacer un aparte para recordar que nosotros no solo tuvimos boleristas sino también cultores del tango arrabalero y querendón: don Juan Namnúm por solo mencionar al mejor, de su garganta brotaba a borbotones el lamento hecho garra de una  de sus interpretaciones emblemáticas: «Si se salva el pibe » famoso y altamente lacrimógeno tango  de Francisco Pranico  dado a conocer por el intérprete Jorge Duran e internacionalizado por el gigante Edmundo Rivero en la década de los años 40,s.

La nueva generación quizás nunca escucho hablar de Sigfredo Piña, Roger Valenzuela De los Santos, Ramón Valenzuela, Félix Sábadino Rodríguez, María Antonieta Ronzino, me perdonan la omisión involuntaria de algunos.

San Juan, creo que es así, todavía sigue siendo un pueblo romántico, así se lo recordé a mi queridísimo y recordado compadre del alma Gilberto Monroig en su casa de Boquerón, Puerto Rico mientras pasábamos revista a los intérpretes y compositores que ha parido nuestra ciudad, a saber, Danilo Mesa, Héctor Cabral Ortega (autor del bolerazo  «Arenas del desierto»), Luis Ney Sánchez y Máximo Morillo.

Haciendo una recapitulación me parece que los sanjuaneros hemos hecho causa común con lo expresado por María Del Carmen De la Peza: «El bolero no solo fue expresión y campo de luchas y poder entre los sexos sino también un campo de batalla entre las clases, motivo de escándalo y de diferenciación o identificación social » termina la cita.

En ese punto quiero establecer que la diferencia que establece María Del Carmen no se hizo muy notable en San Juan de la Maguana como conglomerado en contraposición con los postulados musicales de las grandes urbes sencillamente porque durante muchos años jamás se evidencio con claridad meridiana ninguna diferencia entre el gusto de las clases económica y culturalmente identificadas como factor incidente en la vida pueblerina.

Es evidente pues, que el bolero en nuestra amada ciudad fue rubricado y sellado por la letra simple y llanamente romántica de, por ejemplo: Armando Vega y su trio Casino Tropical con grabaciones de la talla de «Recuérdame» y «Acuérdate de mi»; Orlando Contreras: «Mi corazonada»; Leo Marini: «Tristeza marina y «Falsaria»; Codina: «Mujer perjura y Celos; Panchito Riset: «Quiero verte una vez más y «Las calles de San Juan; Lucho Gatica y su Bésame mucho y La barca», por solo citar algunos.

Nada amigos míos, si la tarde citadina se vestía de boleros la noche se desvestía de romance, entre trago y trago, boleros, meretrices, velloneras, serenatas chulos y propinas pasaban las horas en inevitable contubernio con el recuerdo, y por qué no, con ese maridaje eterno y triangular entre el amargue, la mujer y la poesía.

 

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