
Invasión y masacre en el paquete de la dominación
Por LILLIAM OVIEDO
La aplicación de facto de la pena de muerte a ocupantes de embarcaciones que circulan por el Caribe o por el Pacífico y la ejecución (con la tortura como agravante) de decenas de personas pobres en Brasil son acciones de la ultraderecha como sector. La derecha las apaña y, en lugar de presentarlas como abominables delitos, las califica como exceso en el uso de la fuerza por parte de los grupos encargados de preservar la gobernabilidad.
El calificativo de irresponsable es el más suave que puede aplicarse a la postura del presidente de Brasil, Luis Inacio (Lula) Da Silva, quien expresa que le causó horror el número de muertos en la operación de la Policía Militar al servicio del alcalde Claudio Castro (bolsonarista y, por supuesto, de ultraderecha), pero no da un paso hacia el desmonte del anciano esquema de policía militar, creado en la colonia y modernizado en la dictadura.
Si la manipulación y la inoculación del miedo a grupos poblacionales numerosos ha conducido a potenciales votantes (elecciones 2026) a aplaudir la masacre en Río de Janeiro, no debe conducir a Lula a limitar al horror manifiesto y a protocolares declaraciones de intención su condena como jefe de Estado a la aplicación de la pena de muerte, a la tortura y al pillaje por parte de autoridades y de grupos parapoliciales que actúan cuando las condiciones son aptas para delinquir.
Más de 130 personas asesinadas en una comunidad pobre (algunas crónicas sitúan este cálculo en más de 150), es la definición de una masacre. La decapitación y los signos de tortura en algunos cuerpos terminan por convertir lo ocurrido en Río de Janeiro en una siembra de muerte que supera lo dantesco.
¿Eran delincuentes muchos de los fallecidos? Si la respuesta es afirmativa, cabe preguntar en qué instancia les fue impuesta la pena de muerte y qué institución asignó a los agentes actuantes en Río la misión de aplicarla de ese modo. No existe pena de muerte en Brasil y no constituiría avance alguno instituirla.
Vecinos de la favela con o sin relación con el comando criminal Vermelho (apuntando que la relación viene determinada casi siempre por el abandono del Estado) fueron acuchillados. ¿Se contempla esto en un operativo militar? ¿Se concibe que se lleven metralla y cuchillo a un lugar donde no se ha llevado escuela, salud y empleo?
Si la ultraderecha aplaude y si aplauden también potenciales votantes envenenados por la propaganda engañosa y carentes de una educación que los conduzca a la toma de conciencia, no se puede definir como parte de la vanguardia el dirigente que accede a aplicar la fuerza contra los grupos vulnerables.
Ofende a la dignidad la policía militar creada por la dictadura de Brasil en la década de 1960, una institución con un largo historial de masacre. Está documentado que, por lo menos hasta el año 2006, sus agentes recibían clases de tortura. La masacre de Carandiru (en 1992), que dejó decenas de prisioneros muertos, y varias operaciones en favelas en las cuales han sido asesinados cientos de civiles figuran en crónicas del horror.
Despliegue militar para fortalecer la ultraderecha
Desconoce el derecho de los pueblos la ultraderecha colocada en la Casa Blanca, que ha aplicado la muerte de facto en aguas del Caribe y del Pacífico, violando la soberanía de Venezuela, de Colombia y de todos los países de América Latina.
Diecisiete barcos han sido atacados y sesenta y siete personas muertas desde septiembre hasta el día 4 de noviembre. La cifra habrá que actualizarla en un espacio de tiempo cada vez menor, pues se trata de una acción continuada.
¿Con qué derecho se aplica de facto de la pena de muerte o se ejecuta un programa de asesinatos selectivos y al mismo tiempo se viola la soberanía territorial de los Estados del Caribe con la presencia de tropas, barcos y aviones yanquis dispuesta desde la Casa Blanca?
¿Pueden Donald Trump, Pete Hegseth y Marco Rubio argumentar que actúan de manera legítima? Algunas preguntas son fundamentales:
¿Por qué, cuando ha transcurrido más de la cuarta parte del siglo XXI el mundo tiene que asumir como veraz la cifra de muertos, la narración de las circunstancias en que se realizan los ataques y las acusaciones que los estrategas yanquis formulan, juzgan y sancionan a su antojo?
¿Desde cuándo tienen credibilidad pública y atributo de infalibilidad al caduco estilo de ciertas sectas religiosas los empleados del Pentágono y de la Casa Blanca y de la Secretaría de Defensa (que ahora es llamada Secretaría de Guerra) de Estados Unidos, así como los comandantes de los destructores de guerra yanquis apostados en el Caribe? ¿Cómo se puede calificar un orden internacional incapaz de impedir que, en la zona del Caribe, una gran potencia despliegue barcos de guerra, aviones y marines? ¿Con qué derecho Donald Trump aumenta el nivel de agresión contra Cuba, Venezuela y Colombia y reconoce que ejerce presión para evitar que Jair Bolsonaro sea castigado por la Justicia en Brasil?
La lucha contra el narcotráfico es el pretexto y la continuidad y profundización del saqueo y del sometimiento político es el real objetivo. Se trata de fortalecer a la ultraderecha. Que nadie se llame a engaño.
No es casual el descaro que, en el discurso y en la práctica, exhiben Donald Trump, Pete Hegseth y Marco Rubio contra los inmigrantes y contra los grupos trabajadores que demandan mejores condiciones de vida. Las manifestaciones con el lema No Kings han sido reprimidas con decenas de detenidos, con el uso de gases lacrimógenos y balines e incluso golpeando a varias personas.
La brutalidad se ha sentido también en las redadas contra los inmigrantes en diversos estados. En los países subdesarrollados, hay que destacar el impulso a la política represiva de gobiernos como el que encabeza en El Salvador Nayib Bukele y que toleran (y en algunos casos imitan y apoyan) gobiernos que se autodenominan como centristas y hasta progresistas. Bukele ha convertido El Salvador en cárcel yanqui.
En República Dominicana, por ejemplo, un gobierno entreguista y conservador pone en marcha una mal llamada reforma policial y, sin embargo, como en los gobiernos de Joaquín Balaguer, Leonel Fernández, Hipólito Mejía y Danilo Medina, la Policía aplica la pena de muerte de facto.
El retorcimiento político es uno entre los muchos abominables componentes de la dominación imperialista.
El momento es de definición
A Lula, a Gabriel Boric, a Yamandú Orsi y a otros presidentes progresistas, incluyendo al colombiano Gustavo Petro, quien se ha pronunciado con cierta contundencia, pero, en el discurso y en los hechos, ha dejado de lado aspectos importantes, hay que exigirles asumir una postura decidida en defensa de la soberanía. La toma de conciencia de los pueblos les obligará a confesar que determinadas ataduras les impiden honrar sus compromisos. Deberán entonces rendir cuentas por haber desafiado el orden vigente.
Humanizar la sociedad de clases no es posible, porque en ella la coerción y el abuso son inherentes. El verdadero objetivo revolucionario es su desmonte.
El despliegue militar en el Caribe y en el Pacífico es una afrenta con sello de clase y una imperdonable manifestación de dominación imperial.
En la primera década de este siglo, el teórico Samir Amín, al hablar sobre el imperialismo contemporáneo, advirtió:
“La iniciativa de extender la doctrina Monroe a todo el planeta, en toda su demencial e incluso criminal desmesura, no nació de la cabeza del presidente Bush hijo, para ser puesta en práctica por una junta de extrema derecha que logró el poder por una suerte de golpe de Estado como consecuencia de elecciones dudosas. Este es el proyecto que la clase dirigente de Estados Unidos concibe después de 1945 y del cual nunca se ha separado, a pesar de que, con toda evidencia, su puesta en marcha ha conocido algunas vicisitudes”.
Cambiar el apellido Bush por el apellido Trump es todo lo que hay que hacer para poner fecha actual a la afirmación de Samir Amín en el epílogo al libro “Guerra global, Resistencia mundial y Alternativas (2003) de Wim Dierckxsens y Carlos Tablada.
Es tarea ineludible contribuir a forjar conciencia y mostrar a los pueblos que su decisión y firmeza los hacen invencibles.




