El intruso y la creciente del río
Por EMMANUEL ABREU
Cuando mi padre lo empleó, el oficio de él era pintor de brocha gorda, pero le iba tan mal, que de buenas ganas aceptó irse a la pequeña finca que tenía mi viejo, para atenderla y dedicarse a las labores agrícolas.
-Váyase Isidro, y después hablamos sobre las condiciones de nuestro acuerdo.
Era usual en la época, en que la palabra de un hombre valía muchísimo.
Isidro era una persona de mucho valor, sin temor al peligro, y no le importó irse de noche a la casa que mi padre había construido de madera, y de dos plantas; en la parte más alta del terreno, que permitían la visualización del río, pero el agua de las crecientes frecuentes nunca llegaba allí.
Era una noche cubiertas de estrellas, y salíamos a las calles para jugar contando cada una de ellas hasta el cansancio, que antes de tanta contaminación ambiental eran fácilmente visibles, no habían tantos plásticos, ni tantos pesticidas contaminando el aire y cubriendo la capa de ozono como ahora. A mayor contaminación, menos se visualizan las estrellas.
Isidro se dedicó en cuerpo y alma a sus nuevas labores y rápidamente se vieron resultados en materia de cosechas, producción de plátanos, guineos, arroz y habichuelas.
Se había hecho acompañar de una joven que conoció en un prostíbulo, y que como se decía en la época: «La honró». Ella respondía haciendo las labores de casa, y cocinando; mi hermano y yo íbamos en pantalones cortos a comer caña, a beber guarapo, que era obtenido machacando la caña sobre un machaco que mi padre construyó, que funcionaba muy bien, sin olvidar que era de patente indígena,
Disfrutábamos enormemente, porque había que subirse en un palo sujetado por una soga, y saltando sobre este, mientras otro deslizaba la caña debajo del palo, y un recipiente recibiendo el dulce liquido. Después de eso, nos bañábamos en el rio durante horas; en ese rio antes caudaloso, y que mi padre buscaba la forma de represarlo mediante «burros» de piedra, como una manera de alejarlo un poco, a fin de no dejarlo que siguiera derrumbando la loma de tierra que lo rodeaban en la finca.
Los esfuerzos fueron infructuosos, y con el tiempo las cristalinas aguas del rio corrían por el medio de la finca, que afortunadamente, repito, tenía una parte alta que era donde estaba la casa.
Isidro, eficientemente asumió sus labores en el campo, ordeñaba alguna de las vacas, y en bidones le hacia llegar la leche a mi padre. Recorría la finca, siempre acompañado de un afilado machete y de una perra fiel que le seguía a todas partes.
Al parecer, había una premonición de tragedia en el ambiente, por lo que mi padre le dijo:
-Isidro esté bien pendiente, porque estas tierras colindan con el barrio de Guachupita, y como ahí la miseria es lo normal, hay muchos tipos que comienzan a buscar comida en las fincas aledañas, y usted sabe que al ladrón le gusta robar cerca de donde vive, para ocultar lo robado más fácilmente…
-Está bien, contestó el amigo Isidro.
Recuerdo que él, cuando se dedicaba al oficio de pintar, él era quien pintaba nuestras casa en la ciudad de San Juan de la Maguana, y mi madre lo recomendaba cada vez que alguien le decía que quería un buen pintor.
Al caer la tarde, Isidro escucha el ladrido incesante de la perra, y de inmediato sacó su machete de la vaina, y se dirigió al sitio y allí encontró que la perra había arrinconado a un hombre de tez obscura, como de unos 35 a 40 años de edad.
De inmediato Isidro le dice:
-«Dese preso, que usted estaba robando», y sin perderlo de vista, observó que el hombre se había robado varios racimos de plátanos y guineos… y de nuevo Isidro le gritó:
-«Dese preso…
-«Primero muerto», contestó el intruso.
Y de inmediato comenzó a tirarle machetazos a Isidro, quien repelía la agresión poniéndole el borde no cortante, mientras retrocedía… Por lo irregular del terreno, llegó un momento en que Isidro se encuentra de espalda, y cae al suelo.
El intruso se abalanza sobre él, decidido a hacer de el su víctima mortal… en eso la perra fiel, le clava los dientes al agresor justamente en el talón y este se distrae unos segundos, que son aprovechados por Isidro desde el suelo para lanzar un machetazo que impacta al intruso en el cuello.
La sangre del intruso comenzó a brotarle a borbotones, y como las arterias carótidas conducen tanta sangre, en pocos minutos el hombre muere. En seguida, Isidro lo carga, y lo tira al rio y se dispone a limpiar la escena de la titánica lucha, un hecho ocurrido en defensa propia.
Cuanto llevaba en hombros el cuerpo inerte del intruso, un campesino de la zona, que era un «echa días» (como se le llamaba al campesino que de manera ocasional trabajaba para buscarse la comida», vio a Isidro detrás de unos arbustos cuando tiraba el cuerpo al rio.
Hay que recordar que los campesinos tienen una intuición poco común, extraída del duro y diario vivir…. tiempo después este nos diría:
-Yo no podía salirle a un hombre que acababa de matar a otro. Podría resultar que decidiera matarme a mi para que no hablara de lo sucedido; de todas formas yo nunca iba a decir nada, pero él no sabría cuál podría ser mi actitud..
Esa noche Isidro no quiso quedarse a dormir en el pueblo, sino que se fue a su lugar de trabajo. Cuenta él, que soñaba escuchando a su madre: «No te apures mi hijo, que yo te voy a ayudar».
El cadáver, después de ser tirado a las aguas del río, fue detenido por un tronco debajo del puente. Esa noche cayó un aguacero tremendo, el río se desbordo, hasta limpiar la escena de la pelea, y arrastrando tierra de la finca, también condujo el cadáver río abajo, y pensamos que llegó hasta el mar Caribe.
Cuando la creciente cesó, la cual amenazó con inundó a Guachupita, Quijà Quieta y Gualey, mi padre e Isidro fueron revisando el entorno de la finca, y encontraron una cueva que había hecho el infeliz intruso, precisamente en la hondonada del rio. Y en su interior encontraron una gran cantidad de huesos de aves; el pobre también robaba pollos y gallinas para alimentarse.
Al día siguiente, un guardia andaba pescando por el rio… Su experiencia militar al presentarse en el lugar de la lucha titánica entre Isidro y el intruso exclamó:
-Aquí como que se mató a una gente… El pescador era un «guardia legionario», oriundo de San Juan. Mi padre, al saber el comentario que hizo el soldado, acudió a donde la madre de este, con quien había creado una gran amistad, le dijo;
-Lucila, mira, y en bajo como se susurran los secretos, le dijo:
-Tu hijo está comentando que en mi finca se mató a alguien, pero es que yo me vi obligado a matar un puerco que me estaba haciendo mucho daño a la siembra, y lo tiré al rio para evitar un problema con el dueño.
Pasó el tiempo y nadie reclamó nada, parece que el hombre que había caído ante la lucha con Isidro, se trataba de un intruso que iban huyendo, y se mantenía escondido para que la Ley rígida de la «Era de Trujillo» no le alcanzara y le aplicaran la máxima de que «al ladrón se le da prisión una vez, la segunda va directo al cementerio».