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La virgen hizo el milagro

Por Luis Ramón De los Santos F. (Monchín)

El año 1963 fue catastrófico para la agricultura sureña. Desde mediados del año anterior una fuerte sequía, la más grave que se recordaba, había azotado la región  diezmando las finanzas de los agricultores pobres y acaudalados, parceleros, avicultores y ganaderos llevando la ruina y la desesperación a esos importantes segmentos de la economía.

Nadie sabía porque no llovía en el sur del país, como se sabe esa región por lo menos en la época en que se desarrolló esta historia, era tradicionalmente agreste, pero gente clamaba a gritos el regalo acuoso de las nubes.

San Juan De la Maguana conocida como «El granero del sur», no solo por la feracidad de sus campos de cultivo, la abundancia de sus cosechas y la innegable calidad de su ganado de carne y leche se encontró de pronto sumida en una situación de extrema calamidad tan lamentable y extraña a que ningún experto le encontraba explicación ni solución, era sencillamente un capricho de la naturaleza que solo se podría remediar invocando a cuanta deidad fuese necesaria.

En los campos sanjuaneros se podían observar las vacas famélicas, los arboles desprovistos de su habitual verde follaje, osamentas diseminadas de reses que morían por falta de alimento y agua.

Durante más de un año los sanjuaneros no vimos caer nada de los cielos, eso provoco una situación de tal magnitud que hasta se llegó a pensar en una maldición divina.

Llegado mayo del 1963, mes tradicional de lluvias copiosas con sus consecuentes escapadas a los ríos, charcos y afluentes, todos vimos expectantes e incrédulos como el llamado mes de la virgen pasaba sin pena ni gloria, atrás quedaban los sueños de gente que pensaba tomar un bucito de la primera agua del mes para librarse del «embuche» y el de las niñas que pensaban recortarse el cabello en los primeros días del quinto mes para guardarlo debajo de una piedra con la esperanza de que este les creciera más hermoso, lacio y lozano.

Es preciso recordar que el país para esa época vivía una constante agitación política. La gente estaba intranquila y le reclamaba al gobierno una acción inmediata pero, ¿qué se podía hacer? ¿Ordenarle a Dios que mandara lluvias? la respuesta del gobierno de entonces fue la implementación de préstamos blandos a los agricultores y ganaderos  a los fines de comprar donde fuese necesario forrajes y alimentos secos.

A propósito a alguien se le ocurrió alimentar al ganado con raíces de batata, las vacas alimentadas por estas  producían una leche dulce y verdosa muy buena por cierto porque entre otras cosas quienes la consumían se economizaban un poco de azúcar si preferían tomarla con café.

Daba pena ver los ríos anémicos y con miles de piedras descubiertas como tumores, el temido río Yaque respetado por sus aguas embravecidas y los ríos San Juan, el Donao y el charco El Tocón parecían simples espejitos de agua.

Ante el lamentable estado de cosas a una conocida líder religiosa sanjuanera se le ocurrió hablar  con los curas redentoristas para que en medio de lo que quedaba del  rio San Juan se celebrara una misa y se le pidiera a Dios que mandara la lluvia.

Los curas accedieron de muy buen talante y cuando todo estaba dispuesto el pueblo de San Juan abarroto literalmente el lecho del rio, antes de la eucaristía hubo una degustación de té de jengibre con galletas y casabe donados por las panaderías de José el español y Billí, se necesitaban muchas fuerzas para que el grito de la gente llegara hasta lo alto.

Un borracho en medio de la comilona sacó un pote de 42-G, un ron con el que se podía prender una lámpara de gas y voceo: «Papa Dios si tú no puedes mandar agua llena este rio de romo » una sonora galleta salida de la mano derecha de un alcalde pedáneo tranquilizo al irreverente beodo y lo que fue peor, con el golpe la botella se le cayó y se rompió razón más que suficiente para que este se declarara ahí mismo como ateo de padre y madre.

Poco antes de la misa una beata, jamona convicta y confesa, pidió la palabra y dijo: “Hermanos como todos ustedes saben el Señor tuvo una madre que es la virgen María y como sabrán Él no le niega nada a su madre, entonces vamos a pedirle a ella que hable con él para que mande agua a San Juan, estoy segura que Él no se va a negar.

Un cerrado aplauso espantó a un nutrido número de tábanos de agua que ya habían comenzado a hacer fiesta en las anatomías de los presentes, por cierto que mientras más duraba el aplauso más tábanos pagaban con sus vidas la osadía de ir a desayunar tan temprano en la mañana.

La misa empezó justo a las 6:45 pm., todos estábamos absortos y bendecidos pidiendo agua hasta que otro borracho interrumpió la ceremonia y voceo: San Isidro Labrador quita el agua y pon el sol, esta vez no fue el alcalde pedáneo que le administró el pescozón, sino un monaguillo que airado le dijo: “maldito borracho del coño todavía no está lloviendo y ya usted quiere que salga el sol».

El sacerdote actuante muy circunspecto y calmado imploraba por la lluvia y de pronto una señora voceó: “Tá lloviendo, tá lloviendo; una gota me cayó en la cara”. Efectivamente, crease o no, se oscureció el cielo, gruesas nubes arroparon el ambiente y diez minutos después hubo que salir huyendo del río porque el aguacero fue en grande.

La misa continuo en la orilla, mucha gente lloraba y se abrazaba hasta que alguien se dio cuenta de que el borracho irreverente se estaba ahogando. Blas el zapatero dijo: «No lo saquen por maldito, sinvergüenza y bandido”. Total, el borracho salió solito y con el jumo renovado, nadie podía creer lo que estaba pasando, mi abuela Marina voceaba como loca: ¡Milagro, milagro…!

La prensa nacional se hizo eco del fenómeno y hubo quien propuso nombrar a la virgen María como directora del servicio meteorológico nacional. San Juan agradecido le ofreció una misa formal, y con todas las de la ley, a la madre de Dios, en la Catedral San Juan Bautista. A partir de ese momento a nadie se le ocurrió pedirle nada a San Isidro el Labrador.

Tres meses continuos de lluvia después se habían anegado los campos y ríos provocando derrumbes y deslaves, y al mismo tiempo la salvación de cosechas y ganado.

Se cuenta que el borracho amigo de San Isidro voceó en pleno parque Sánchez: “¿No querían lluvia? Eso es para que no jodan”.

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