Un sueño tan macabro como irrealizable
Algunos ilusos y otros ignorantes consideran la idea de que una supuesta oposición en Cuba sería feliz con tener un Partido e ir a unas elecciones «libres», según su catálogo de libertades al más puro estilo occidental. Falacia peligrosa, eufemismo total.
Nuestros enemigos nunca se conforman con algún dedo, solo serían medianamente felices si pudieran arrancar toda la mano, y de un solo tajo.
La cantaleta hipócrita de respeto a las diferencias y libertad de expresión o credo político sería, cuando menos, una melodía olvidada. La historia recoge capítulos anteriores en los cuales los triunfadores del odio no han tenido absolutamente ninguna piedad con los defenestrados.
En Cuba la receta sería radical, y ha sido tanto el encono y tantos los fracasos para doblegar a la pequeña isla, y borrar su ejemplo, que muy difícilmente se considere la tolerancia entre los que ahora presumen de tolerantes.
Sus planes incluyen desde los linchamientos institucionales hasta las vendettas personales al más puro estilo de la mafia. La ilegalización del Partido Comunista ocurriría pocos minutos después de esa hipotética e improbable realidad, decretando la disolución inmediata de un Parlamento compuesto en su gran mayoría por gente de pueblo, que en nada representaría los nuevos intereses del poder.
Se promovería con toda saña la destrucción de símbolos, la eliminación de nombres o denominaciones revolucionarias de cuanta escuelita o fábrica lo lleva hoy con sobrado orgullo; se buscaría abolir una mayoritaria cantidad de textos escolares buscando una reescritura «más cómoda» de la historia reciente o pasada.
La cacareada libertad de prensa no incluiría la circulación de los actuales periódicos y quedarían prohibidas producciones editoriales que abarquen textos afines al socialismo.
Los sistemas de Salud y educativo recibirían colosales ajustes, relegados a lugares poco significativos en términos presupuestarios, lo que incluiría el cierre total o parcial de cientos de aulas y la eliminación de programas sociales como el del médico y la enfermera de la familia. Se aceleraría la privatización de recursos y de servicios, incluido el sistema carcelario.
Por primera vez en 60 años todas las dotaciones policiales del país recibirían equipamiento represivo de última generación y adiestramiento a cargo de agentes especializados en «enfrentamiento a disturbios», provenientes, con toda seguridad, de Estados Unidos.
Se abandonarían los tratados de integración regional, se disminuiría a niveles casi imperceptibles la presencia de Cuba en la arena diplomática internacional, y se alinearía su política exterior a los intereses de EE. UU.
Se ordenaría el desalojo forzoso de toda propiedad reclamada al amparo de la Ley Helms Burton y se reabrirían los casinos y prostíbulos, fundamentalmente en la capital del país. Se recibiría la visita de navíos de guerra de la US Army, cuyos marines rememorarían bochornosas escenas en las calles del país.
Así de diabólicos son esos sueños; así de imposibles son tales ilusiones.