Opiniones

Las marcas de la ilegitimidad y la decadencia

Por LILLIAM OVIEDO

La solidaridad con Cuba, la condena a la sistemática agresión contra Venezuela y el apoyo al proceso de transformación que tiene lugar en México, definen el compromiso con el avance político en América Latina y el Caribe.

Ese compromiso, sin embargo, es consustancial a la lucha contra un orden criminal que otorga protagonismo a genocidas como Benjamín Netanyahu y patrocina a politiqueros serviles y abusadores como Javier Milei y Nayib Bukele.

El resultado de las recientes elecciones en Estados Unidos marca las líneas específicas a seguir, porque la continuidad de la agresión imperialista es un indiscutible aspecto de la realidad que la `elección` de Donald Trump y J. D. Vance contribuye a evidenciar, pero no origina.

El espectáculo de anacronismo no inició con el conteo del día cinco de noviembre. La historia de la decadencia es larga y los recursos para apañar la situación se agotan ante la magnitud de la estafa política manifiesta en episodios anteriores como la elección de Barack Obama.

Esa inocultable decadencia condujo a la presentación de una insultante oferta electoral encabezada por Kamala Harris (mujer, negra y descendiente de migrantes, pero comprometida con el sionismo y con la política imperialista) y por Donald Trump, convicto, misógino, mentiroso y fascista confeso.

Desmontar un orden anacrónico y criminal es tarea urgente en un momento en que se cuentan por decenas de miles los niños asesinados por el ejército de Israel en Palestina y en el Líbano, sigue cayendo sangre en Ucrania (tras la respuesta rusa al activismo fascista) y son escenarios de guerra países como Siria, Libia y Yemen.

 Ausente lo nuevo

En 1930, el teórico marxista Antonio Gramsci, encarcelado por el fascismo italiano, escribía en los Cuadernos de la Cárcel: «La crisis consiste precisamente en el hecho de que lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer: en ese interregno se verifican los fenómenos morbosos más variados».

Una prensa controlada por el capital y comprometida a apañar las atrocidades de un sistema decadente, en una muestra de falsa criticidad, reseña los traspiés y las manifestaciones de confusión que ofrece el todavía presidente Joe Biden, pero no destaca el anacronismo del orden que sustenta su permanencia en la Casa Blanca.

Los estrategas del centro hegemónico no buscaron mecanismo alguno para sacar a Biden de la Casa Blanca y tampoco para impedir que fuera candidato a la reelección. ¿Estaban comprometidos con él o simplemente entendieron que era inocua la cuota de senilidad que, con sus casi 82 años y la disminución de sus capacidades, podía añadir al anciano orden?

Sencillamente, se propusieron variar algunas líneas de compromiso (sobre todo la forma de colaboración con Ucrania), destapar el proteccionismo y seguir dando apariencia de legitimidad a la política antiinmigrantes. Orientaron hacia esos propósitos su quehacer político.

La sustitución de Biden en la boleta del Partido Demócrata no era promesa de transformación, porque Kamala Harris no es agente de cambio.

No le imprimen esa definición la raza y el género, condiciones que ella no eligió. Sus posiciones sobre los derechos sexuales y reproductivos, en modo alguno son revolucionarias, porque ella niega la existencia de la lucha de clases.

En política exterior, considera terroristas a todas las organizaciones que enfrentan al imperialismo, estrecha las manos de Netanyahu y, al hablar de una posible flexibilización del bloqueo contra Cuba, no omite el discurso anticomunista y la promesa de trabajar junto a la mercenaria oposición cubana.

Nada mejor puede haber en el accionar de la vicepresidenta que no ha asumido una posición militante contra una orden ejecutiva firmada por Biden en junio que niega a los indocumentados el derecho de solicitar asilo y dispone la deportación acelerada.

Es a ella a quien Donald Trump y la prensa corporativa califican de `izquierdista` o `progresista`. Esta calificación es una manifestación fascistoide de retorcimiento. En el ensayo con el nacionalismo rancio o en la continuidad de las líneas del gobierno de Biden, la agresión imperialista no cesa.

El espectáculo de caducidad lo ofrece también el liderazgo europeo, que se suma a las aventuras imperialistas y a la imposición de sanciones en busca de frenar el avance político y sacrifica incluso la estabilidad de la zona.

¿Qué decir de las manifestaciones de inconformidad en España, en Francia, en Gran Bretaña y en Alemania, por ejemplo? ¿Qué costo habrá de pagar ese liderazgo por sumarse a las sanciones a Rusia y por prohibir las manifestaciones de solidaridad con el pueblo palestino?

Por la soberanía y la autodeterminación

En uno de sus artículos sobre la Guerra de Secesión, Carlos Marx señalaba que la política exterior estadounidense, igual que la política interna, estaba al servicio de los esclavistas. Más de un siglo y medio después, hay que decir que sirve al complejo militar industrial y al objetivo de preservar la sociedad de clases aferrándose al fascismo.

En el mismo artículo, Marx refiere la presión de los esclavistas para que Estados Unidos negocie con España la compra de Cuba. Y es oportuno señalar, también como simple referencia, que hoy la idea es someterla para asestar un golpe al avance político. Lo nuevo habrá de nacer de las entrañas de los pueblos.

Retrasar el nacimiento de lo nuevo, sigue siendo posible para los estrategas imperialistas con el concurso de líderes renegados como Lula Da Silva o Gabriel Boric y con la vacilación manifiesta de figuras como Gustavo Petro.

La negativa de esos gobernantes a colocar en sus agendas la lucha contra la presencia militar yanqui y la oposición al quehacer de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), resta capacidad de presión a organismos como los BRICS y la CELAC, llamados a sustentar posiciones antiimperialistas.

Los renegados de vieja y nueva data responden, en los momentos decisivos, a la política imperialista. Los argumentos que utilizan son el elemento menos importante, porque es el hecho lo definitorio.

Lula, por ejemplo, de cara a la reciente reunión de los BRICS, expuso zarandajas en abundancia para impedir el ingreso de Venezuela como socio. Sin reparo, se expresó como lo han hecho gobernantes serviles al estilo del uruguayo Luis Lacalle Pou y del dominicano Luis Abinader. Los sectores conscientes tienen que sacar las cuentas.

La senilidad de Biden y la de Donald Trump tendrán siempre menor peso que el anacronismo de un sistema que se sirve de ellos porque es criminal en esencia y porque nació podrido y la podredumbre se torna inocultable.

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