
Trump-Jet Set: La tumba del negocio de la música
Los problemas sociopolíticos afectan todas las áreas de la economía mundial. En nuestro país, en los últimos 25 años, cuatro fenómenos han colocado al negocio musical en una condición extremadamente crítica la pandemia del COVID-19, el vertiginoso desarrollo tecnológico, el descalabro de la economía global provocado por lo que se conoce como efecto Trump, y ahora, la desgracia de la discoteca Jet Set.
El COVID frenó de golpe el desarrollo de la industria musical, reduciendo a cenizas el negocio del espectáculo, tanto así que aún no se han superado del todo sus efectos devastadores.
El salto prodigioso de la tecnología, horizontalizando su uso, pero verticalizando los beneficios en pocas manos, redujo la inclusión de nuevos protagonistas y segregó a una mayoría que no estaba preparada para entender los nuevos códigos.
El efecto Trump, esa maquinaria político-económica auspiciada por el establishment para implementar un panorama de dominio bajo nuevas reglas que restauren la hegemonía norteamericana, trae consigo deportaciones masivas, una posible reducción de remesas y el aumento de aranceles.
Todo esto contribuirá a la inestabilidad de nuestra economía, provocando una contracción en el poder adquisitivo que afectará la asistencia a los lugares de diversión.
Y nos llega, de golpe y porrazo, la tragedia de la discoteca Jet Set. Aún no es posible medir su impacto; estamos en pleno desarrollo de los acontecimientos y su visualización es limitada. En mi opinión, al igual que el 9/11 en Estados Unidos, esta desgracia nacional traerá consecuencias catastróficas en la conducta colectiva del país.
Con lo acontecido en Jet Set, se invertirán los parámetros que nos dejó como secuela la pandemia. El COVID nos colocó en una lógica de seguridad individual, cuidándonos del entorno colectivo. Usábamos mascarillas, preocupados por no contagiarnos de los demás.
Esta catástrofe abrileña, en cambio, nos moverá hacia una necesidad de seguridad colectiva. Nadie entrará a un lugar sin mirar el techo ni las paredes. Nos alejaremos de esos espacios que antes eran nuestro refugio personal, buscando ahora lugares colectivos donde los demás nos brinden garantía de seguridad. “Si tú estás ahí, yo también puedo estar.”
Al espectáculo se le complicará la reunión colectiva. El temor estará por encima del deseo, y la oferta de espacios para el entretenimiento se reducirá.
La fórmula para atraer nuevamente al público es la seguridad, y eso requiere tiempo. El duelo y la pena colectiva son momentáneos y circunstanciales.
La crisis económica puede resolverse a mediano plazo mediante la adaptación, pero el fenómeno de la seguridad necesita un tiempo mayor, porque el instinto de preservación es más fuerte. Esto nos obliga a una reingeniería del entretenimiento. Estamos forzados a cambiar las directrices del negocio musical.
Debemos propiciar que el público regrese a los espacios, y ahora no será por atracción artística, sino por confianza y facilidad económica. Para ello es necesario flexibilizar tarifas y adaptar las condiciones para las contrataciones. Lo que nos espera de aquí a fin de año es pura incertidumbre.
Tenemos que abrir el horizonte de oportunidades y aclarar el oscuro panorama que tenemos delante, no con luces de bengala, sino con rayos luminosos que nos guíen hacia un sendero seguro y próspero para el negocio de la música.